Sara
Sara
El artículo de hoy no tiene que ver con fotografía, aunque podría haber tenido que ver.
Va sobre la pérdida gestacional que tuve entre Emma y Ana, no pretendo entristecer a nadie, sino aportar luz e información a este tema que parece escondido pero la realidad es que nos pasa a muchas mamás.
Diciembre 2014, las dos rayitas
Todo empezó con un embarazo buscado y encontrado, con una gran felicidad al ver las dos rayitas en la prueba de embarazo y con una gran sorpresa al saber que la fecha probable de parto de la que iba a ser mi segunda hija coincidía con la fecha probable de parto de mi primera hija (aunque luego nació 13 días más tarde): 31 de julio.
Febrero 2015, todo normal
Fuimos a una ecografia privada y la ginecóloga nos dijo que todo iba bien, que venía una niña sana. Sí nos dijo en algún momento de la ecografía que le había parecido ver algo raro en un pie, pero terminó diciéndonos que no teníamos que preocuparnos. Y, aunque muchas vueltas no le dimos, sí esperábamos que la ecografía de la semana 20 nos confirmara que iba todo bien.
Después de pensar en Nora, Vera o Sara, nos decantamos por este último nombre: Sara.
17 de marzo de 2015, la noticia
Es cierto que yo no notaba moverse a Sara como a Emma, pero suponía que cada bebé es distinto y que no tenía por qué ser igual de movida que Emma.
Fuimos al hospital a la ecografía de la semana 20, aunque no sé por qué motivo ya me dieron cita el día que cumplía mi semana 21. La cita era por la tarde y la ginecóloga que nos atendió revisó todo el cuerpo de nuestra bebé. Al terminar nos dijo de un modo muy amable, con muchísimo tacto y sin ocultar la verdad que nuestra bebé no había movido las extremidades durante toda la ecografía, que tenía los pies cruzados y las manos en forma de garras; que eran síntomas de que algo no iba según lo esperado. Sé que hablamos más, pero lo siguiente que recuerdo es estar con Edu fuera de la consulta, en el pasillo junto a dos ventanales intentando asimilar lo que nos acababan de decir y tomando la decisión de que no queríamos seguir dando vida a un bebé vegetal, por amor a ella, a nosotros y a Emma.
Entonces entendí por qué yo notaba los movimientos distintos a Emma, porque lo que notaba era el movimiento de un bloque entero (es decir, de su cuerpo entero) y no de las extremidades dando esas lindas pataditas.
Volvimos a ver a la ginecóloga y le preguntamos que cómo debíamos iniciar los trámites para abortar, nos dijo que debíamos volver a la mañana siguiente para realizar una amniocentesis.
El siguiente recuerdo que tengo después de estar con Edu junto a los ventanales es estar llorando en el sofá de mi casa mientras le daba la noticia a mi madre (que se había quedado con Emma).
La (eterna) espera
Al día siguiente llegamos al hospital muy confusos, me hicieron la amniocentesis (físicamente no me dolió nada) y nos dijeron que nos darían los resultados el lunes 23 porque el jueves 19 era festivo (S. José) y el viernes 20 puente. La amniocentesis era necesaria sobre todo para saber si la enfermedad era hereditaria.
Nos fuimos del hospital con mucho miedo, porque yo ya no pensaba en Sara, sino en Emma. ¿Y si era enfermedad hereditaria y Emma, que tenía año y medio, desarrollaba alguna otra enfermedad más tarde?
Por la tarde volvimos al hospital, queríamos saber si podíamos empezar los trámites de aborto antes de los resultados de la amniocentesis. Y nos dijeron que ya no era posible porque tenían que hablar con el hospital de Madrid al que nos derivarían para el aborto, y eso solo era posible por las mañanas. Además, al ser festivo en Murcia al día siguiente, el hospital de Murcia estaba con el personal mínimo, por lo que tenía que ser el lunes 23 cuando empezáramos a formalizar los trámites del aborto.
Cuando mostramos nuestra preocupación porque sabíamos que por ley no se permitían abortos a partir de la semana 22 y que el lunes yo estaría de 21 + 5, nos tranquilizaron diciendo que la autorización era la que tenía que llegar antes de cumplir la semana 22.
Salimos del hospital frustrados de nuevo, impotentes por no haber reaccionado por la mañana para solicitar ya el aborto y por no poder hacer nada más. Yo quería que todo terminara cuanto antes, necesitaba a Sara fuera de mí, la notaba, veía mi barriga embarazada y todo era dolor emocional y ansiedad. No sé qué hicimos esos cuatro días en casa, pero sí sé que tener a Emma nos mantuvo ocupados y cuerdos, aunque la sombra del miedo por si ella también pudiera tener algún problema estaba siempre en el fondo de mis pensamientos.
La culpa
¡Cómo no! La culpa asociada a la maternidad: ¿qué habré hecho yo para que Sara tenga una malformación? ¿habré comido algo que la haya provocado a pesar de todo el cuidado que tengo? La culpa me persiguió mucho tiempo, incluso después de abortar y en el siguiente embarazo que tuve rocé la obsesión con la alimentación, a pesar de que ya entonces sabía que las malformaciones surgen en aproximadamente un 5% de embarazos de manera espontánea.
La aprobación
El lunes 23 fuimos al hospital a solicitar el aborto antes de la hora citada para recibir los resultados de la amniocentesis. Nos pidieron que esperáramos. Más espera, más agonía, más ¿y si no firman, y si no da tiempo, y si no…?… Hasta que nos llamaron a consulta, donde otra vez tuvimos que esperar. Entonces llegó un doctor y por mi mente empezó a pasar de todo: “nos va a decir que no hay motivo para abortar”, “no nos lo van a permitir”… Pero nos enseñó un papel: aquí tenéis la autorización con las dos firmas necesarias para el aborto: la de la doctora que realizó la amniocentesis y la mía.
Volví a llorar, esta vez de alivio, ya teníamos el papel.
Los resultados de la amniocentesis
Todo indicaba que la malformación había surgido de forma espontánea, que no había ninguna causa genética. Más alivio y más llorar. Yo empezaba a ver luz, aunque aún quedaba proceso.
Viaje a Madrid
Nos llamaron de la clínica de Madrid diciendo que nos esperaban el miércoles 25 para una ecografía y el 26 sería el día del aborto.
Viajamos el martes 24, nos llevamos a Emma con nosotros y mis padres se ofrecieron a acompañarnos para apoyarnos y para quedarse con Emma mientras nosotros estábamos en la clínica.
Durante todo este proceso, Emma fue clave para mí, dedicar mi atención a ella me permitía descansar de la situación que estaba viviendo. Y, por supuesto, me hacía hasta reír, es lo maravilloso de los niños, que siempre saben sacarte una sonrisa.
El miércoles 25 por la mañana acudieron otra vez los miedos a mi cabeza: ¿y si me hacían la ecografía y decían que no había motivos para abortar? ¿Y si me decían que necesitaba algún otro papel?… Ese día cumplía la semana 22. Pero mis miedos se disiparon muy pronto cuando fuimos a la clínica, hablamos con la ginecóloga de allí, me hicieron otra ecografía y, finalmente, me mandaron para el hotel con unas pastillas que debía tomarme para ir reblandeciendo el cuello del útero.
26 de marzo de 2015, la separación
El jueves 26 acudimos a la clínica y comenzó el proceso de aborto. En la semana 22 de embarazo, los bebés miden casi 30 cm de cabeza a nalgas y pesan casi medio kilo. Así que el proceso de aborto se parece mucho a un parto: hay que dilatar el cuello del útero y expulsar al bebé. Sin embargo, una dilatación de 4 ó 5 cm es suficiente para expulsar a un bebé de esas dimensiones. La dilatación la provocaron mediante más pastillas, también me pusieron la epidural y, sobre las 15:30 noté que mi bebé estaba preparado para salir. Entonces vinieron las que me estaban atendiendo, me pusieron una sábana sobre las piernas y recogieron a mi bebé en una sábana y se lo llevaron.
Sobre las 21 h, una vez que habían comprobado que yo estaba bien físicamente, me dieron el alta y regresamos al hotel donde nos alojamos.
El arrepentimiento
Desde el momento en el que Edu y yo decidimos abortar, yo solo deseaba que se acabara el proceso, que Sara estuviera fuera de mí, creo que lo que yo intentaba era olvidar y borrar toda huella que me indicara que había perdido a un bebé. Un mes después del aborto, mi barriga todavía mostraba que había habido un bebé ahí, e incluso me encontré con una persona que me daba la enhorabuena por el embarazo porque no se había enterado de que éste ya había terminado.
Aunque soy una persona positiva y, en todo momento, no paré de repetir que me sentía muy agradecida por los avances médicos porque habían detectado la malformación y me habían permitido abortar, el dolor en mi corazón estaba, y el vacío en mi útero también.
Entonces decidí apuntarme al gimnasio, empecé a bailar zumba, a hacer otros ejercicios y debo decir que, muy pronto, me volví a sentir feliz y con ganas de buscar otro bebé.
Sin embargo, durante el embarazo de Ana (mi tercer embarazo, mi segunda hija viva) aprendí muchísimo sobre emociones, incluso leí historias de mujeres que habían perdido a sus bebés de muy poquitas semanas y los habían enterrado en sus jardines.
Y entonces pensé que yo podría haber elegido finalizar mi embarazo de otra forma: habría podido elegir coger a Sara cuando salió de mí, habría podido acercarla a mi pecho como hice con Emma y Ana, habría podido verla, olerla y agradecerle que me hubiera escogido como mamá, habría podido elegir quedarme su cuerpo para incinerarlo y esparcir sus cenizas en un lugar bonito para nosotros, habría podido elegir hacerme alguna foto con ella. En definitiva, habría podido hacerle la despedida que ella merecía.
Aunque aún siguen acudiendo lágrimas a mis ojos cuando escribo o hablo del tema, y aunque me siga doliendo no haber sabido gestionar la despedida de otra forma, ya no lo digo con culpa, Edu y yo hicimos lo que supimos con la información que teníamos en aquel momento. Sé que poco a poco las historias de pérdidas gestacionales se están hablando y se están normalizando, y que no se tratan como fracasos ni como experiencias a olvidar, sino que estamos aprendiendo a convivir con ellas porque cada vez somos más conscientes de que son historias que suceden. Por eso he querido aportar mi granito de arena y contar mi historia, para aportar luz y hacer ver que hay distintas opciones a la hora de gestionar una despedida como la que yo pasé. Y ojalá a ti no te pase, ni conozcas a nadie que le pase, pero si sí te pasa o si sí conoces a alguien, espero que mi historia te ayude a gestionar la tuya o a dar información a tu conocida.
Gracias, Sara, por haber venido a mi vida de la forma en la que tenías que venir, por haberme elegido como mamá. Gracias a que tú viniste, sé que yo estoy aquí y ahora, escribiendo estas líneas, feliz y orgullosa por la vida que vivo y la familia que tengo. Perdón por no haberte sabido despedir de otro modo y gracias por traerme uno de los aprendizajes más valiosos de mi vida. Felices 5 años.
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Los pelos de punta y lágrimas también.
Nada más que añadir. ❤️
Valiente artículo y valientes personas.
Gracias por compartir. Un abrazo fuerte.
Gracias Mar y Lucía 🙂
Por alguien como tú, por su testimonio, yo fui quién se despidió y enterró en el jardín a su bebé estrella…
Siento profundamente la pérdida de Sara. Siento profundamente la pérdida que sufriste como madre y mujer. Espero que encuentres reconfortante la luz que arrojará tu luminoso testimonio.
Abrazo enorme.
Nahema, qué pena no haber conocido antes tu historia para saber que existía esa opción. Siento mucho también tu pérdida. Qué bonito saber que tu bebé tuvo esa despedida, aunque tuvo que ser durísimo. Gracias por compartir tu experiencia, ahora te siento más cerca aún, te fuiste demasiado pronto de Murcia 🙁 ¡Un abrazo!