¿Qué hay en mi mochila?
¿Con qué equipo fotográfico trabajo?
Cuando alguien nos dice que es fotógrafo/a, creo que se nos viene a la cabeza la imagen de una persona con una, o incluso dos, cámaras grandes, varios objetivos y una mochila llena de equipamiento fotográfico. De hecho, es muy habitual leer que si te quieres dedicar a la fotografía debes empezar a ahorrar ya porque vas a tener que invertir en mucho equipo. Y bueno, no dudo de que dependiendo del sector al que te quieras dedicar y cómo lo quieras enfocar no sea cierto. Pero en mi caso he seguido la corriente minimalista, y no porque esté de moda, sino porque es lo que va conmigo con el tipo de fotografías que deseo hacer.
Te cuento aquí qué llevo conmigo cuando voy a fotografiar familias y un extra que llevo cuando voy con mi propia familia.

La mochila
Esta mochila lleva conmigo casi dos años. Estuve un día entero dedicada a encontrar la mochila perfecta (para mí). Y ahora que la tengo creo que lo único que no me convence es el color, me gustaría un tono algo más alegre, pero dicen que no se puede tener todo, ¿no?
Buscaba una mochila que me sirviera para llevarla de viaje donde me cupiera el equipo fotográfico, botella de agua, portátil y algo de ropa o comida. Y, después de toda la búsqueda, me decidí por esta:
La mochila Vanguard Havana 48, que tiene dos compartimentos: el de abajo donde yo llevo el material fotográfico y el de arriba donde llevo otras cosas. Tiene dos bolsillos con cremalleras, en uno de los cuales está la funda para lluvia. En la parte trasera hay una cremallera para poder llevar el portátil y, en los laterales, dos compartimentos para llevar agua, uno de los cuales puede servir para colocar el trípode.
Y esta mochila, además de ser la que uso para llevar lo necesario en mis sesiones fotográficas, nos puede acompañar en los viajes familiares porque hay espacio para lo imprescindible.

La cámara
Tengo una cámara réflex. Me la regaló Edu, mi marido, el día que cumplí 30 años, es decir, el 18 de junio de 2013. Yo había pasado ya por cámaras compactas y alguna bridge, pero me di cuenta de que quería dar el salto a una cámara que me permitiera jugar más y con la que pudiera fotografiar en modo manual. Y realmente para mí fue un antes y un después, por fin tenía una cámara que me permitía jugar a mi antojo y con la que aprendí muchísimo. Nunca pensé que esta cámara pasaría de ser una simple afición a un trabajo, pero así es.
Es una cámara Nikon D7000. Quizás has oído la eterna lucha entre Nikon y Canon, para mí no hubo lucha, me decidí por esta cámara porque la relación que había entre las prestaciones que ofrecía y el precio que tenía era perfecta. Las cámaras réflex normalmente se ven limitadas por la cantidad de disparos que su obturador aguante, ya que es un mecanismo que se abre y cierra con cada disparo que hacemos. En el caso de la mía, se estima que puede aguantar unos 150.000 disparos (como todo, habrá cámaras que menos y cámaras que más) y yo voy por casi los 80.000, así que todavía podéis pasar por delante de ella muchas familias 🙂
Mis objetivos
La cámara venía con un objetivo 18-105, es decir, un objetivo con el que podía hacer zoom. Sin embargo, no tiene una gran apertura (para que me entiendas, la capacidad de captar luz y desenfocar el fondo) y es bastante pesado, así que enseguida quise comprarme un objetivo fijo de 50 mm con apertura 1.8.
Los objetivos fijos no permiten hacer zoom, soy yo la que se tiene que mover. A cambio, su apertura, peso y nitidez en las imágenes me compensan con creces.
Cuando empecé a dedicarme de forma profesional a la fotografía, me di cuenta de que un objetivo de 50 mm no me permitía trabajar bien en interiores (o hacerles fotos a mis hijas en casa) porque es como si constantemente estuviera haciendo zoom y me tenía que ir muy lejos para poder captar gran parte de la habitación. Sin embargo, al haber paredes no siempre me era posible irme tan lejos para captar lo que yo quería. Así que terminé comprándome otro objetivo también fijo y con la misma apertura que el que ya tenía: un 35 mm 1.8. Y este objetivo se convirtió en mi favorito hasta que llegó el coronavirus. De hecho, el 18-105 con el que venía la cámara creo que solo lo he vuelto a montar una vez más, y fue para fotografiar la luna.
Ahora que tenemos que mantener distancia, uso en exteriores siempre el 50 mm porque me permite estar más lejos de las familias sin dejar de fotografiar esos planos más íntimos en los que una o varias personas de la familia rellenan todo el encuadre.
Extra: un trípode
Para cuando yo quiero salir en las fotos necesito un trípode. No es que yo misma me haga sesiones de fotos familiares, que para eso contrato a otra fotógrafa, sino que de vez en cuando, en viajes, o cuando estamos con familia extendida, sí que quiero hacer fotos de grupo y uso el trípode para poder dejar mi cámara en un sitio estable y seguro.
Después de tener un trípode básico al que empezó a caérsele una pata (lo tenía ya muchos años), por mi último cumpleaños pedí uno nuevo. Y ¡vaya maravilla! Busqué uno que pesara y ocupara relativamente poco para poder cargar con él en los viajes. Es de la marca Rollei. Lo elegí naranja por darle un poco de color 🙂
Tiene una rótula que me permite girar la cámara para todos sitios, incluso de forma vertical, y un sistema muy fácil de enganche y desenganche de la cámara. Y así me aseguro de que yo también aparezco en los recuerdos de mi familia.
¿Qué te ha parecido? ¿Te esperabas que yo tuviera una mochila llena de cuerpos y objetivos? Ya ves que no, tanto en la vida como en la fotografía soy de la opinión de minimizar y simplificar lo máximo posible.
¿Quieres iniciarte en el mundo de la fotografía? ¡Conmigo puedes hacerlo!
